Atraco histórico. A plena luz del día, en uno de los museos más seguros del mundo, un grupo de delincuentes robó joyas invaluables dejando muchas preguntas sin respuesta.

El 19 de octubre, como en un domingo cualquiera en París, los primeros visitantes ya habían comenzado a fluir por los pasillos del famosísimo Museo del Louvre. Sin embargo, a las 9:30 a.m., entre los apacibles corredores del centro del arte mundial, la calma se quebró en dos.

En el flanco que da al río Sena, en el ala donde se encuentran las obras maestras y los tesoros de la corona, un camión equipado con una plataforma elevadora —un tipo de montacargas que se usa normalmente para mudanzas o trabajos en fachadas— se detuvo junto al balcón de la galería.

Nadie del público general, parecía encontrar nada extraordinario en ese camión; pero lo era, porque allí llegaron cuatro hombres que vestían chalecos de obra y cascos amarillos, quienes, en el acto, avanzaron sin vacilaciones hacia su codiciado objetivo. La escena parecía extraída del guion de una serie de Netflix, pero no lo era.

CRONOLOGÍA DEL ROBO
A las 9:34 a.m., los asaltantes rompieron la ventana del balcón mediante una amoladora eléctrica (una herramienta de corte rápido que puede reducir vidrio o metal casi sin ruido). En menos de ocho minutos, ya habían forzado las vitrinas de la magnífica Galería de Apolo, que alberga parte de las joyas de la monarquía francesa, y se fueron montados en motos antes de que sonaran las primeras alarmas.

¿QUÉ ROBARON EXACTAMENTE?

Según la investigación, los objetos consistían en piezas pertenecientes a reinas y emperatrices francesas: una tiara del ajuar de la reina María Amelia y de la reina Hortensia, un collar de zafiros del mismo conjunto, pendientes, un collar de esmeraldas del ajuar de la emperatriz María Luisa, los pendientes correspondientes, un broche denominado “relicario”, la tiara de la emperatriz Eugenia y otro gran broche de la misma.

La corona de la emperatriz Eugenia, con 1,354 diamantes y 56 esmeraldas, fue abandonada en la huida. No fue el robo perfecto; los ladrones la dejaron caer durante el escape.

El robo tiene un valor estimado de unos 88 millones de euros (aproximadamente 102 millones de dólares). Pero el daño no es solo económico; es una herida simbólica al patrimonio cultural francés. De hecho, la presidenta del museo, Laurence des Cars, sentenció que “hemos fracasado” y que el hecho configura “una herida inmensa”.

LA INVESTIGACIÓN
Un equipo experto realiza un estudio del lugar. No se descarta la hipótesis de una complicidad interna o, al menos, la filtración de información sobre el espacio exacto donde se produjo el robo. Las cámaras perimetrales no cubrían el balcón por el que los intrusos accedieron. Las autoridades han decidido trasladar las joyas restantes al Banco de Francia, a solo 500 metros, bajo estricta custodia.

La pesquisa está a cargo de la Fiscalía de París y de la Brigade de Répression du Banditisme (BRB), unidad de élite especializada en robos de alto perfil.

Cerca de un centenar de agentes trabajan las 24 horas del día en distintas líneas: el análisis forense de huellas y objetos abandonados, la revisión de cámaras dentro y fuera del museo, y el rastreo de las rutas de escape y de los vehículos utilizados.

El atraco del Louvre, ejecutado a plena luz del día y con precisión quirúrgica, ha dejado al mundo boquiabierto. La sociedad francesa se pregunta qué sigue mientras el museo reabrió sus puertas tres días después del siniestro con la Galería de Apolo aún cerrada al público. El paradero de los asaltantes sigue siendo un misterio y el eco de la pregunta es global: si el Louvre pudo ser vulnerado, ¿qué lugar está realmente a salvo?

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