IMAGÍNENSE lo horrible que es recibir la Navidad y Año nuevo casi en cama, con una rodilla agarrotada y fuertes dolores a su alrededor.

Nos pasó. Pero por eso no dejamos de animarnos, primero con la Navidad y después con los abrazos y el intercambio de mutuos buenos deseos a la hora en que los relojes nos avisaban que habíamos dejado atrás el año que fenecía y le abríamos las puertas al siguiente. Lo otro había que tomarlo con resignación y asentir que la vida no pasa en vano y que ésta, tarde o temprano, nos pasa factura.
EN nuestra crónica anterior mencionábamos haber recibido de dos nietas nuestras, y como un regalo de Navidad, Las cartas del Boom, aquel libro publicado recientemente con la correspondencia que mantuvieron en aquellos días, ya de éxitos y gloria, Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa. 
DE Pepe Feria también recibimos este otro libro que es todo un clásico en la novelística mundial: Robinson Crusoe, del escritor y periodista inglés Daniel Defoe. Una obra que no habíamos vuelto a leer en años. Y anunciábamos, a la vez, que en camino venía otro: Le dedico mi silencio, la última novela de Vargas Llosa y su último libro de ficción. Obra que no tardó en llegar. Apareció ese mismo viernes. Envuelto coquetamente en papel de regalo.
A esos tres libros, Las cartas del Boom, Robinson Crusoe y Le dedico mi silencio, les di vuelta pronto, no en el sentido que el habla popular del Perú le da a esa locución verbal (dar vuelta) y que la recordada y reconocida lingüista peruana, Martha Hildebrandt, recoge, sino en aquel otro que es menos cruento, pero con un significado casi parecido: la de acabar.
QUISE decir que esos tres libros mencionados, y que fueron recibidos como bien apreciados regalos de Navidad, literalmente los devoré o terminé con ellos o acabé de leerlos en un santiamén, y eso no hubiese ocurrido en otras circunstancias de no haberse presentado aquella dolencia a la rodilla que nos obligó a permanecer a veces sentados y otras tumbados boca arriba, y rengueando cuando había que dar unos cuantos pasos para ir al baño. 
LO que nos reconforta ahora son esos dos viejos refranes que dicen que no hay mal que por bien no venga, ni mal que dure cien años. Aunque el último sí es una perogrullada. ¿Quién vive cien años?

 

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