Agua, color, música y jolgorio. El carnaval cajamarquino deja en claro por qué es el más alegre del Perú.

No fue el pronóstico de una inminente y arrolladora lluvia la que obligó a cajamarquinos y penitentes carnavaleros a hacerse de ponchos de agua, sino el santo y seña de estos días de fiesta: el que no moja es mojado.

La frase “cuando llueve todos se mojan” nunca cobró mayor sentido que en estos días del carnaval de Cajamarca. Pero lo que aquí moja no es necesariamente la lluvia proveniente de las algodonescas nubes del cielo azul cajacho, sino de los cientos de pistolitas, pistolotas y hasta bazucas de agua que han convertido las calles de Cajamarca en un campo de batalla acuoso.

Pero no solo de agua vive el carnavalero, sino también de pintura, talco y betún. Es por ello que, además de las pistolas de agua, el poncho de plástico se ha vendido como pan caliente.

Y es que los más de 100,000 visitantes que llegaron a la ciudad norteña buscaron en esta tradición el desfogue de un año marcado por el caos, la confrontación y el estrés. Aquí, propios y extraños se unieron en una confraternidad alimentada por la música, donde las coplas, declaradas en 2017 como Patrimonio Cultural de la Nación, acompañan a las patrullas comandadas por los alados ‘clones’ que ponen la nota de picardía, fiesta y color.

“Hablar del carnaval de Cajamarca es hablar de jolgorio, de alegría, de vida, de celebración y no de lamentos o tristezas que en otros se puede percibir, es el cordón umbilical que une a cada cajamarquino con su madre tierra que es Cajamarca”, sostuvo Sandra Cerna, arquitecta, gestora cultural e investigadora de temas patrimoniales de Cajamarca.

Las coplas, esos poemas cantados llenos de humor y sátira, se convierten en el gatillo que dispara la jarana. Composiciones como “El cilulo”, “La Carolina”, “Cumbe-cumbe” y “La matarina” se entonan entre botellas levantadas y zapateo enérgico.

Los personajes que protagonizan esta festividad merecen una mención especial. El Ño Carnavalón, o rey Momo, lidera la celebración. Acompañado por los “clones”, el Ño Carnavalón guía las comparsas y patrullas a través de las calles de Cajamarca, marcando el inicio de las celebraciones centrales. Para Sandra Cerna, en las últimas décadas, el carnaval ha ido “perdiendo un poco su tradicionalidad”. “La globalización ha influido y también la migración producto del boom minero. La sociedad evoluciona y las fiestas también; entonces empiezan a adquirir otros patrones de comportamiento. Ya no solo hay música carnavalera, sino también música chicha. Hay mucha borrachera. Está terminando en un desenfreno como muchos otros carnavales. Como sostenibilidad de la fiesta misma es un riesgo todo este boom tan desmedido que puede haber en la juventud”.

OJOS QUE NO VEN

El uso de máscaras ha estado en todo el mundo asociado con el desenfreno, con la impunidad que el anonimato de las máscaras, adminículos asociados desde siempre a estas festividades, otorga a quienes las portan.

Es así como el portar estas máscaras da la posibilidad de asumir otro rol que muchas veces da pie al desenfreno. El carnaval de Cajamarca y sus tradicionales máscaras no son la excepción.

Roberto Aguirre Bazán, el Chino Aguirre, fue por décadas hacedor de las emblemáticas máscaras. Pronto, las patrullas y clones comenzaron a usarlas y darle fama más allá de las fronteras de Cajamarca. Rostros con rictus serio de bigotillos representaban a los españoles en un tono burlesco y con un tinte satírico.

Y así, entre comparsas, coplas, pintura, agua y baile, el jolgorio y desenfreno del carnaval cajamarquino no distingue estratos sociales ni credos a la hora de disfrutar y entregarse a una de las fiestas más tradicionales del Perú. ¡Que viva el carnaval!

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