A propósito del Día mundial de la lucha contra la depresión, debo decirles que definitivamente es algo que no es fácil. Ni de advertir, ni tratarlo como padres...

Es algo mucho más grande, que no lo solucionan los abrazos, ni los "aquí estoy para ti", "tienes a tu familia contigo". Es mucho más. Y te lo digo, por experiencia propia.

Para cuando me pasó, lo primero que hice fue preguntarle a mi hija: qué pasó?, por qué te sientes así? y escuchar, lo que trata de decirte entre lagrimas y dolor, es algo que rompe tu corazón. Y uno en su ignorancia, los abraza y les dice, que no es tan grave lo que ha pasado. Que son golpes de la vida, necesarios para crecer y aprender y...no es así. Vaya que no. 

Como seguía la situación y ya en demasía preocupante, porque no comía, lloraba, no dormía y no le interesaba nada, pensé que hacer un viaje, le haría bien. Y medio que ayudó. Creo que saber que vería a su queridísima prima, la ayudó en un 50% y así fue que enrumbamos a Arequipa.

Por ratos estaba bien. Disfrutaba del paseo y los nuevos lugares que conocíamos, pero por otros ratos, era arrastrada a ese pozo oscuro de la tristeza extrema, el llanto, los estados de rabia y ansiedad y también, llegaron los momentos que se hacía daño. Y es que no son sólo los factores externos los que intervienen, también los niveles de las sustancias químicas que hay en el cerebro que hacen que los cuadros de depresión tengan niveles y eso, nosotras madres, lo desconocemos.

La señal de alerta llegó, cuando ya me regresé a casa y ella, se quedó en Lima. Y una noche, me escribe al celular y me dice: "mamá, no tengo ganas de vivir...", mi corazón se aceleró a mil, desesperada quería estar ahí, volar a Lima y no se podía. Imposible en ese momento. Pero, Dios en su infinito amor, ilumina mi mente y empecé a llamar. Primero, a mi hija mayor que había ido a un curso a Lima y estaba con sus compañeros en otro lugar de Lima, le conté lo que pasaba y que salió volando en un taxi a ver a su hermana, mientras, mi otra hija, a quien también llamé, salía del trabajo y se iba a casa. No dejábamos de llamar y enviarle mensajes. Hasta que llegaron a casa y las tres, fueron una sola persona. Durmieron abrazadas las tres.

Salí para Lima al día siguiente. Consulté a una amiga si conocía a un buen  Psicólogo que pudiera recomendarme y lo hizo. Ni bien llegué, me puse en contacto con él y pacté las visitas a casa. Le conté lo que había ocasionado ese estado y las pérdidas que habíamos tenido.

Agradeceré siempre a Mario, por su trabajo, paciencia, detalles y profesionalismo. No me importó, pagar por cada consulta y menos, si alguien opinaba porque mi hija veía un psicólogo. Con esas visitas, ella entendió muchas cosas y aprendió a manejar a otras. Y todo mejoró. Y hasta hoy, va todo bien. Eso sí, siempre alertas si tiene algún episodio de llanto o tristeza.

Cuento esto, no sólo por hoy, que para algunos es una fecha más y no lo es y no saben, todo lo que pasan y lidian las personas con este problema. También lo cuento,  porque a veces, creemos que lo sabemos todo o que podemos solucionarlo todo. Y ha y cosas que lamentablemente, no podemos.

Amigos, estén atentos a cómo están sus hijos, qué sienten, qué piensan. A veces, no nos dicen nada porque nos ven tan metidos en nuestros temas y no quieren "molestar"... Un abrazo de luz, para todos!   

Más leídas