¿APUNTES, SE DICE?
POR ESA época, los chifas que habían en Piura podían contarse con los dedos de una sola mano. Aunque, en verdad, no llegaban ni a tres. Sólo habían dos que funcionaban en la misma cuadra de la misma calle: la cuatro de la Huancavelica. Ambos disponían para sus comensales de unos compartimentos que éstos convertían en privados con tan sólo correr unas cortinillas de paño color tinto que colgaban en ambos lados de su entrada . Quienes andaban enamorados por aquella época y frecuentaban estos chifas se acordarán muy bien de ellos.
A LA VUELTA, en la calle Arequipa, funcionaba también un restaurante con este nombre: “El Criollo”. La especialidad de su cocina era un plato que hoy parece tan común y que, entonces, no lo era tanto: el tacu tacu. Aquí lo servían colocándole encima un apanado de carne. Los más glotones, los insaciables, que eran muchos entre su clientela, hasta repetían dicho plato. Dos más, el tallarín saltado y el lomo saltado, completaban la terna gastronómica de esta fonda. Si mal no recuerdo su dueño se llamaba Manuel Takamura. Y más allá, en la esquina de Arequipa con Huancavelica, estaba la BBC, una juguería que nunca nadie supo por qué se llamó así.
SI ALGUIEN recuerda y vio aquella película de Francisco Lombardi sobre el asesinato de Luis Banchero Rossi, “La muerte de un magnate”, no habrá olvidado al extra que hizo de Vilca en el citado film. Vilca,en la vida real, era el hijo del jardinero en la mansión que Banchero tenía en las afueras de Lima y a quien, finalmente, se le atribuyó dicho crimen.
EL PADRE de ese extra fue un mozo que durante muchos años trabajó acá en Piura en un concurrido bar que tenía este nombre, “El Orión”, y que quedaba frente a la Plaza de Armas, a un costado de lo que hoy es el Hotel Los Portales y antes era el Hotel de Turistas. Salvo el dueño de este bar casi nadie más sabía cuál era el nombre de ese camarero. Para fastidiarlo, quienes llegaban hasta aquí lo llamaban, cuando necesitaban hacerlo para pedir cerveza, con el apodo de Odría.
DESDE “EL ORIÓN” había que terminar de caminar esa cuadra, doblar a la izquierda, entrar a la Plaza Pizarro, torcer a la derecha y avanzar un poco más hacia adelante para llegar hasta el “Terranova”, un restaurante que puso acá un tumbesino y que cuando lo hizo lo hizo sin bautizarlo con ningún nombre. La gente se acostumbró a llamarlo “Terranova” porque así se apellidaba el dueño. Aquí se preparaba el mejor cebiche de conchas negras en aquellos años . Hasta se hacía cola mientras se esperaba que desocuparan una mesa.
EN LOS 60 también eran contaditos en Piura los lugares adonde ir por las noches sólo a comer pavo con chifles o con ensalada de verduras. Las Reyes en la Sánchez Cerro y el Café Central en la Loreto eran dos de ellos. Pero había un tercero. En la esquina de Arequipa con Tumbes, una cuadra más allá de la avenida Bolognesi. En el día era una panadería con clientela propia y ni bien llegaba la noche su público era otro. Uno que sólo iba para convencerse de que el pavo servido aquí merecía todos los honores. “Vamos donde la Chonita” era el santo y seña para llegar hasta dicho lugar.
AQUÍ TAMBIÉN desayunaba por las mañanas un antiguo linotipista del diario “El Tiempo”, ya jubilado entonces y cariñosamente llamado “Pancharis”, que sólo pedía que le llevaran a su mesa, además de su infaltable taza de leche, dos panes sin nada adentro y un cuchillo. Luego sacaba de uno de los bolsillos de su pantalón una cabeza mediana de cebolla y con el cuchillo que tenía enfrente cortaba esa cebolla en pequeñas rodajas con las que embutía sus dos panes. Desde otra mesa, yo seguía atento cada uno de sus movimientos y me placía verlo masticar sin apuro, completamente abstraído, esos dos panes. En qué cosas pensaría aquel hombrecito ya envejecido como para concentrarse de esa manera.
“LA GENTE más vieja del antiguo Barrio Sur tampoco olvida a la “Mamita Toribia”. El suyo era un negocio de comida casi familiar. Se le frecuentaba los lunes. La sopa de siete carnes y el mondonguito eran su fuerte. La primera,según contaban, era una sopa capaz de hacer dormir a cualquiera hasta el día siguiente. Por eso también la llamaban “sopa dormilona”. La dejaban hervir desde las 6 hasta las 9 de la mañana. A esa hora recién empezaba a servirse. Los primeros en llegar ya saben quiénes eran. Los acostumbrados a “cortar” los lunes la resaca de la bataola del domingo. ¿Qué adónde quedaba? En la avenida Loreto y a unos pasos antes de llegar al Óvalo Bolognesi.
° CERCA también estaba Piqui Atarama. Su picantería sólo atendía los sábados y los lunes. A Pique hasta le faltaban mesas y manos para acoger al gentío que llegaba hasta ahí buscando sobre todo su cebiche, o su sopa de pata de toro o de res, o su mondonguito. Después se mudó a otra parte pero ya no fue lo mismo. La competencia hizo el resto.
° DE LA PIURA nocturna de aquellos años no se le puede separar a “La Saperoco”. Ella, que era una mujer bajita y gruesa, improvisaba todas las noches un puesto de comida en la avenida Sánchez Cerro, pasando la Sullana. Una mesa de madera al aire libre y un par de bancas era todo. A un costado colocaba una pequeña cocina a carbón que siempre mantuvo encendida para que a sus ollas no le faltara calor. Pues la comida que servía la llevaba ya preparada. Entre sus clientes sobresalían los que, camino a sus casas, buenos y sanos y otros con sus copitas adentro, se detenían aquí para “llenar el buche”, como muchos de ellos decían, con un buen plato de tacu tacu, que era el centro de todas las atenciones y miradas. Y si querían pavo, pavo había.
TIEMPOS HA.
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