ANTES de ponernos a escribir esta crónica entramos a Google. Queríamos saber un poco más sobre los orígenes del circo y su evolución en el tiempo como espectáculo artístico itinerante. Lo hacíamos sólo para tener una idea cardinal de ambas cosas. No para ir detrás de los caminos recorridos por el circo desde su nacimiento. Tampoco esa era la intención de esta nota.
LOS muchachos de antes, y la gente adulta también, esperaban entonces las Fiestas Patrias con la misma expectación de ahora o de la que hubo precediendo a la pandemia. Cuando ésta llegó, de un plumazo borró muchas cosas. Hizo desaparecer los desfiles escolares y el militar. Que los había allí donde hubiese un cuartel o una base naval con personal uniformado acantonado en ellos. El fervor patriótico brillaba. Y nuestra enseña nacional flameaba juguetona en todas partes.
EN aquellos tiempos, las Fiestas Patrias también eran aguardadas con interés por la presencia entre nosotros de algún circo. Y aquí vamos a nuestro tema. Éstos venían antes o después de esas fechas, ya sea de ida o de vuelta, pero venían. Lima era su plaza principal y teníaN que estar allí justo para dichos feriados. Circos internacionales, como las de los Hermanos Fuentes Gasca o el Royal Dumbar, mexicano el primero y chileno el segundo, eran todo un espectáculo por los números artísticos que presentaban.
HABÍA uno, el Globo de la muerte, que dejaba absorta a la gente por algunos breves minutos. Suspendida en sus asientos hasta que ésta terminaba de ver lo que estaban viendo. Dentro de una gigante esfera metálica, con la apariencia de una enorme malla enrollada, dos motociclistas salían corriendo a toda velocidad en círculos inversos. El más mínimo error de cálculo hubiese provocado una colisión fatal. Estarlo imaginando era lo que producía aquella tensión que agarrotaba a los espectadores.
LA primera vez que fuimos a un circo fue en aquel pueblito donde alguna vez llegamos a vivir de niños y que lo sentimos nuestro desde entonces. La imagen que nos quedó de ellos, porque todos los años alguno tenía que aparecer por allí, era la de esos circos modestos, menesterosos y seguramente hasta desventurados. Lo deducimos después. Con los años y los cotejos que estos imponen.
No en esos momentos. Verlos instalarse, con sus carpas pequeñas y raídas en algún espacio descubierto, alegraban el alma.